“En un beso, sabrás todo lo que he callado.” — Pablo Neruda
Noches de cine en familia
Cuando era niña, nuestras noches de cine en familia eran distintas. A mi madre le fascinaban las películas de arte en lenguas extranjeras, y nos transmitió ese amor a mi hermano y a mí. Todavía no hablábamos otro idioma, pero los subtítulos nunca nos molestaron.
Siempre me causa gracia cuando la gente dice que no puede ver películas subtituladas. Para nosotros eran una puerta de entrada, no una barrera.
Manon des Sources y Cinema Paradiso
Lloramos con la traición de Ugolin a Manon en Manon des Sources y deseamos, con todas nuestras fuerzas, que la historia tuviera un final feliz. Su obsesión y engaño nos dejaron indignadas, anhelando un desenlace más digno y justo.
Después llegó nuestra desesperación con Cinema Paradiso, cuando el pequeño cine del pueblo se incendió, como si las llamas devoraran no solo rollos de película, sino mundos enteros de amor, memoria y escape. En esas noches “catchábamos” otros mundos, en otros lugares, en otros idiomas.
Il Postino y la poesía de Neruda
Y luego apareció Il Postino. Mi madre —siempre tan buena para explicarnos la trama de fondo— nos contó que Pablo Neruda era un poeta, un hombre en el exilio cuyas palabras daban voz al anhelo.
¿En el exilio? ¿Sin poder volver a su país? Eran temas grandes, pesados, que yo deseaba comprender algún día con mayor profundidad.
En la película, la poesía parecía un personaje más: un puente entre las personas, una forma distinta de mirar. Mario, el cartero, aprendió a amar con palabras que apenas entendía, tal como nosotros, mirando con subtítulos y repitiendo frases en lenguas prestadas.
De los subtítulos a la Patagonia
¿Quién habría imaginado que, años después, estaría viviendo en la amada Chile de Neruda, escribiendo estas palabras desde la Patagonia? Tal vez aquellas noches frente a la pantalla parpadeante ya estaban sembrando las semillas: el encanto por otras culturas, la atracción de las palabras extranjeras, la idea de que algún día la vida podría vivirse en otro lugar.
¿Me prepararon esas películas para vivir en el extranjero? Tal vez. ¿Me hechizaron otras culturas? Definitivamente. ¿Me enseñaron a leer poemas de amor? Siempre.
Y quizá todo fue un preludio: una constelación de historias que se alineaban, señalándome este camino hacia la Patagonia —una vida extranjera que, al fin, siento como mía.


